Conversación
con Napoleón Baccino Ponce de León
Montevideo, Uruguay, 18 de febrero de
2012
Desde que salí de Medellín, rumbo a
Lima, adonde necesitaba ir para recorrer lugares, entrevistar personas e
investigar hechos que me permitieran seguir trabajando en la novela que tengo
escrita, un poco en el papel y el resto en mi cabeza, sabía que la fase final
de mi viaje era Montevideo.
Volver a esa ciudad
tenía un objetivo prioritario: conocer al escritor Napoleón Baccino Ponce de
León.
Traté de buscar su gran
novela, Maluco, y leerla antes de
comunicarme con él. Desafortunadamente no la encontré en Lima ni tampoco en
Montevideo; siempre decían: «Está agotada». Solo al regresar a Medellín me di
cuenta que está disponible en Internet.
Al día siguiente de mi
llegada a Montevideo, llamé al número telefónico que había conseguido. Realicé
varias llamadas, a diferentes horas del día, porque el maestro Baccino se
encontraba en algunos compromisos que le exigían permanecer fuera de su casa.
Cuando me comuniqué con
él, me sentí un poco turbada frente a lo que debía decirle para que me
concediera una cita.
Tengo la experiencia de
conocer algunas «personalidades» uruguayas que me han dejado la sensación de
ser personas sencillas, dispuestas al diálogo, sin ninguna pretensión por lo
que son o por el cargo que ocupan.
Esto mismo me pasó con
el maestro Baccino. Su respuesta fue amable y anotó el número telefónico para
llamarme una vez que supiera la periodicidad y el horario de sus citas médicas.
Pasaron ocho días.
Decidí insistir. Contestó él, reconoció pronto mi voz y se disculpó por no
haber devuelto la llamada. Sus problemas de salud lo tenían preocupado, el
dolor en la cintura le dificultaba caminar; no había un diagnóstico claro.
A pesar de la
situación, me citó para el día siguiente, a las once de la mañana.
Llegué diez minutos
antes. Su casa está ubicada en Carrasco, un sector residencial de la ciudad;
una calle amplia, de doble vía, con árboles de plátano a lado y lado que
ofrecen sombra y refrescan un poco el ambiente de 32°C que se siente por esos
días de verano.
Toqué el timbre y un
señor se asomó por una ventana. Supe que era él; me hizo un gesto de saludo con
la mano mientras se corría la reja metálica que permite la entrada a un jardín
y a la puerta principal de la casa.
Napoleón Baccino es un
hombre alto, robusto, de tez blanca, cabello encanecido, gafas redondeadas con
marco color caramelo y una sonrisa acogedora que inmediatamente me hizo sentir
bien recibida. La indumentaria informal, de verano, le disminuía edad y hacía
que aparentara unos 55 años.
Nos ubicamos en la
sala, un lugar amplio, iluminado, elegante, con muebles de madera oscura
forrados en cuero café. Por una ventana interior se podía observar, al fondo,
un jardín perfectamente cuidado y una piscina de agua cristalina, que invitaba
a nadar.
Después de sentarnos en
un sofá grande, iniciamos nuestra conversación. Me habló de su salud y de los
inconvenientes que se le han presentado en el último año. Me comentó cómo el
dolor le resta energía, le quita el sueño y lo inhibe para llevar a cabo una
serie de actividades, como por ejemplo asistir a la Feria del Libro en Caracas.
Todo el año los organizadores trataron de convencerlo para que fuera, pero para
él «ir a Caracas, desde Montevideo, es tan lejos como ir a Europa y una feria
del libro es un evento muy agotador», de modo que dentro de las actividades,
organizaron una teleconferencia que permitiera su participación.
En noviembre del año
pasado tuvo que cancelar el taller de escritura que dicta hace 17 años porque:
«el dolor no me permitía concentrarme. Espero continuar el primero de marzo. En
los talleres hay que tener mucho entusiasmo, hay que comunicar pasión, así el
alumno se engancha y se motiva a seguir; como le pasa a los toreros que cada vez
quieren estar más y más cerca».
Le conté quién era yo y
cuál era la motivación que tenía para conocerlo, motivación generada
especialmente por los comentarios de Jairo Morales Henao, director del Taller
de Escritores de la Biblioteca Pública Piloto, al que asisto en Medellín,
cuando nos presentó la novela Maluco.
Le entregué un número
de la Revista Universidad de Antioquia (Colombia) en la que se publicó un
artículo del profesor Morales sobre la obra de Juan Carlos Onetti: «Para llegar
a Santa María». Le mencioné que en el mes de marzo, en esa misma revista,
aparecería una reseña del profesor sobre Maluco.
Mientras ojeaba
interesado la publicación, se me ocurrió la primera pregunta:
Norha
Mendieta: ¿Cómo se inició en la literatura?
Napoleón
Baccino: «Empecé a escribir desde muy joven, ni me acuerdo
cuándo fue tomando forma de profesión».
Continuó comentándome
que, como lector, perteneció al Boom
de la literatura latinoamericana, lo cual considera que fue el privilegio más
grande que puedo tener como lector: haber crecido junto a esos autores. Así,
fue armando su proyecto de vida en torno a la escritura. El escritor terminó
sus estudios en el Instituto Artigas, I.P.A. (Montevideo, Uruguay), luego fue
profesor de literatura de ese Instituto.
N.B.
«Hay
profesores que son figuras míticas de esos años».
N.M.
A finales del siglo xix y en el
siglo xx surgieron escritores como
Juan Zorrilla de San Martín, Horacio Quiroga, Juana de Ibarborou, Paco
Espínola, Juan Carlos Onetti, Mario Benedetti, Mauricio Rosencof, Cristina Peri
Rosi y más. Uruguay tenía un nivel académico y cultural elevado —no sé ahora—.
Pienso que hay una desproporción entre los escritores uruguayos con
reconocimiento a nivel internacional y la población total del país, porque esta
es una de las naciones con menor número de habitantes en las Américas.
N.B.
«Pagué un precio alto en una sociedad que no estaba preparada para la figura
del escritor. Nuestro espacio social es muy relativo. Lo pagué a sabiendas. Me
lo cobraron. ¿Crees que esto es una amenaza para la dictadura? La novela Maluco no tiene nada de dictadura, la
pudo haber hecho un cubano, un colombiano, cualquiera. No me preocupé. Me
dediqué a escribir el libro que me gustaría leer».
No quise entrar en
detalles acerca de esta expresión, en la que percibí una ligera nube de
tristeza que pasó por su cara. Significaba remover la historia dolorosa que
vivieron los uruguayos. Sabía que muchos escritores tuvieron que salir del país
durante la época de la dictadura (1973- 1985), mientras que otros permanecieron
en diferentes cárceles durante varios años.
Me comentó que también
fue columnista de revistas y periódicos; me imagino que esa actividad debió,
asimismo, generarle dificultades en esa época.
N.B.
«Siempre quise escribir novela, me había formado en ese contexto. Trabajé en Maluco más de cinco años, es una
narración compleja, soy exigente y reviso permanentemente.
Analicé bien un
capítulo, que consideraba el mejor, y vi que no aportaba nada, al contrario, debilitaba
la narración; durante el proceso tuve que tomar la decisión de sacarlo, no fue
fácil.
Me propuse una novela
engañosa con un trasfondo aparente; un telón de fondo histórico pero es más
personal que lo que el lector puede sospechar. Un juego de disfraz.
Tengo un canon: una
novela aparece primero como un sueño que poco a poco va bajando a palabras. Si
en lo que yo soñé escribir, el proyecto y el resultado del trabajo se parecen,
es una buena señal. Acá hice lo que quería hacer, no me desvié. En Maluco es
muy sorprendente el parecido del proyecto y del resultado. Todas esas cosas que
escribí eran las que soñaba, era muy joven todavía o muy inmaduro. No es lógico
que haya salido así.
Yo anoto muchos datos
que no tienen valor para un lector. Es importante que se anoten ideas: que
fulano tenga tal rasgo, que el lugar tanga tal aspecto; ese es el trabajo
manual que desarrollo a lo largo de tantas páginas. Porque un gesto de la
página veinte toma su sentido en la página cuatrocientos, eso tiene que ser
así, uno no puede olvidarse ni dejar de hacerlo porque es lo que le da la
unidad. Un rasgo planteado, una cosa que no se sabe para qué está, pero cuando
cobra sentido la importancia es enorme».
N.M.
¿Usted pensó en la posibilidad de ganar un reconocimiento literario?
N.B.
«Cuando terminé la novela, me presenté a la Embajada de Cuba. Acá en Montevideo
no tenían papel, estaban en una gran crisis económica. Como eran cinco
miembros, tenía que llevar un ejemplar para cada uno. Mecanografiados eran unos
volúmenes enormes. Yo dije: “Esto no va a llegar a Cuba jamás”. No me dieron
recibo, salí seguro que no llegaba. Pasaron unos meses, me llamaron para
decirme que entre cuatrocientas novelas habían elegido Maluco por unanimidad.
Me sentí increíble, fue
una cosa extraña.
Yo tenía tres sueños:
Ganar el premio Casa de las Américas, que me representara Carmen Balcells, la
Catalana, y que me editara Seix Barral».
N.M.
¿Por qué el Premio Casa de las Américas?
N.B.
«Porque es un premio de mucho prestigio que siempre mantuvo, a pesar de los
avatares del proceso político cubano, una gran independencia intelectual. Un
jurado conformado por cinco miembros internacionales que respetan el secreto,
nunca trascendió que hubiera habido un arreglo; los premios demuestran el
potencial. En ese concurso se convoca a toda América Latina».
N.M.
¿Y por qué Carmen Balcells?
N.B.
« Locura también, porque ella era la representante de Gabo, de Allende, de
personas con mucho prestigio literario, a veces peso económico también. Acá no
podíamos salir, no teníamos pasaporte; pero ella tenía las llaves para que el
libro se difundiera. Hasta ahora me parece que sigue siendo igual, hay una
triangulación; si lo publica una editorial española el libro va a llegar a toda
América».
N.M.
Por lo que sé, Carmen Balcells comenzó gestionando los derechos de traducción
de autores extranjeros. Cuando Carlos Barral, director literario de Seix Barral,
le encargó que gestionara los derechos extranjeros de sus autores, Carmen se
dio cuenta de que una agente literaria no debía representar a un editor ante
otro editor, sino a los autores frente a los editores. Así, los autores firman
los contratos, y las condiciones las discuten los editores con el agente. ¿Es
así?
N.B.
«Sí, Carmen se jugó con el proyecto, hizo todo lo necesario para crear la
empresa. Era algo nuevo».
N.M.
¿Cómo consiguió que lo editara Seix Barral, que era su tercer sueño?
N.B.
«Me puse en contacto con Balcells; como había ganado el premio, ella aceptó
representarme. Lo primero que le dije fue: “Quiero Seix Barral”».
N.M.
Por lo que sé, esa empresa era un negocio familiar creado en 1911. En 1955
Carlos Barral, la convirtió en una editorial más literaria.
N.B.
«Eran años mejores para publicar un libro» ─comentó con una cierta expresión de
nostalgia.
N.M.
¿Y cómo empezó a difundirse su obra?
N.B.
«La primera salida de Montevideo fue hacia Barcelona vía Bogotá. Maluco arrancó en Colombia.
Había una editorial,
Planeta, que Seix Barral había comprado. Era una empresa más pequeña; el
director en Colombia era Jorge Consuegra. Me invitó a la Feria del Libro que se
realizaba por esos días, allá llegó Maluco.
Fue mi primera experiencia como escritor profesional.
Mantuve con Colombia
vínculos muy fuertes, ustedes son gente cálida, entusiastas, por suerte; más
participativos que acá. En Rio de la Plata el perfil es más bajo y en Uruguay
más que en Argentina».
N.M.
¿Conoce Medellín?
N.B.
«Lamentablemente no, eran los años calientes, años de Pablo Escobar. Ya sabemos
que ahora es distinto.
Hace poco estuvo una
compañía solicitando mi autorización para poner en escena Maluco; debutó en Medellín, en el Festival de Teatro, en octubre
del año pasado. Parece que les fue muy bien».
N.M.
La novela se presentó en varios países y ha tenido traducciones a otros
idiomas, ¿cómo alterna sus viajes con la escritura?
N.B.
«A partir de los 90 tuve que trabajar mucho, yendo a lugares que solicitaban mi
presencia, lastimosamente no pude conocer los sitios que me había programado.
Luego cambié. Hice un
quiebre porque iba a terminar traicionándome. Ahora me dedico más a escribir, y
me gusta hacerlo despacio, tengo que seguir siendo fiel a eso. Reparto el
tiempo más cautelosamente. Lo llevo más bajo control, lo disfruto más. Para mí,
es sagrado el minuto de soledad que tengo, el resto del mundo no existe, solo
lápiz y papel eso… es sagrado. Al escribir se va dejando el resto del mundo afuera,
es el aquí y el ahora lo que importa; se siente eso al escribir.
La computadora me ha
facilitado las cosas, llevo varios blocs de apuntes de aspectos que tengo que
vigilar.
Inicio corrigiendo lo
que escribí el día anterior. Suspendo cuando sé qué sigue, es un concepto que
aprendí de Hemingway, que es un cuentista magistral, revolucionó el cuento; con
mala fama porque cultivaba ciertos desmanes humanos pero a la hora de crear era
otra cosa.
Yo les digo a mis
alumnos: Hemingway era antiecologista, machista etc. etc., sí, cometía esos
excesos pero a las seis de la mañana se paraba ante un atril, con una maquinita
de escribir, hasta las doce. Se detenía cuando sabía lo que seguía pero no
tenía las palabras adecuadas. No sabía cómo llenar esas horas restantes, las
que van desde las doce del medio día hasta las seis de la mañana del otro día;
ahí era donde se dedicaba al peligro, al alcohol y en esas vivencias encontraba
lo que necesitaba para continuar su arte. Nunca dejó de levantarse a las seis
de la mañana, a escribir.
Eran una especie de
escritores antiintelectuales, no ratones de biblioteca; le daban mucha
importancia a lo vital».
N.M.
¿También escribe cuentos?
N.B.
«En mi juventud no le di mucha importancia, actualmente le doy el valor que se
merece y lo he desarrollado mucho más por las circunstancias del taller. En la
novela hay una preparación para el final, en el cuento no siempre. A mí me
gusta todo, le encuentro las ventajas y los desafíos a un cuento breve. Puede
ser una obra maestra».
N.M.
Dirige un taller de escritores, ¿qué piensa de esa actividad?
N.B.
«Es parte fundamental de mi vida porque el trabajo del escritor es
terriblemente solitario, amargamente solitario y el retorno es muy lento pero
sostenido en el tiempo como la novela Maluco.
La comunicación se
limita a una carta que llega a través de la editorial, a un encuentro ocasional
con alguien que te conoce. Por lo tanto, dictar cursos es algo esencial.
El taller es un trabajo permanente de equipo,
con personas que siguen conmigo desde que las inicié. Hago una revisión basada
en programas de universidades americanas en donde se ha sistematizado todo,
funciona bien. Los talleristas me envían su texto, lo leo, lo devuelvo con
observaciones y cuando tiene una forma digna recién se lee en el grupo y se
comenta.
N.M.
¿Qué piensa del corrector de estilo?
N.B.
«Es complicado, el estilo es el hombre. Acá tengo un programa de cinco o seis
puntos que yo le llamo «huesos». Explico al principio la orientación. Lo que no
enseño es el estilo, eso es totalmente personal. Muchas veces en el error
gramatical o sintáctico aciertas. Conozco autores que lo han cultivado,
Cortázar, por ejemplo, practica esa especie de incorrección sintáctica, esa
libertad y logra sorprender, es maravilloso.
La corrección, me parece
que se necesita para la labor diaria. En el taller manejo un concepto
lingüístico de legibilidad. Lo deseable es que un texto la tenga alta, si es
baja, generalmente hay problemas sintácticos. Mi primera corrección, si son
principiantes, es atender esa legibilidad.
A veces no se está en
el mejor día, por eso es bueno mantener la distancia del texto.
Otro de los aspectos
positivos de un taller es que se tiene más de un lector, inicialmente el autor
y el que lo revisa. Yo soy el segundo, después hay una ronda de lectura, los
otros asistentes aportan. Los cuentos van mejorando. La gente acepta las
sugerencias, no hay ese sentimiento competitivo y lo empiezan a ver con
distancia como lo puede ver cualquiera que no esté en las circunstancias del
que lo escribe.
No es una corrección de
estilo. Es un concepto muy diferente.
Es mejor la frase
corta, de dieciséis o diecisiete palabras o signos. Si tiene más, el lector
pierde la capacidad de retenerla. En este mundo de aceleración constante, la
frase cada vez se acorta más, lo mejor es: sujeto, verbo, predicado y punto.
Después hay que sacarlo del estilo telegrama.
Al principio la
tendencia es a utilizar muchas palabras, eso enreda y después es más difícil
sacarlas».
N.M.
¿Guarda los borradores de lo que escribe?
N.B.
«Cuando terminé Maluco, hace 20 años, yo quise quemarlos, porque no tenía el
concepto de la importancia que tienen los trabajos iniciales para seguir el
proceso de un escritor. Oí decir que Gabo había mandado quemar todos los
borradores y yo no quería tener esos documentos, prefería que la novela
estuviera así, en limpio.
Hace unos días encontré
todos los archivos. En abril de este año cambié de casa; le había dado a mi
mujer un paquete cerrado con todos los materiales y ella los guardó. En el
cambio de casa me encontré con eso y, estoy en un dilema, no me interesa saber
lo que tiene, no porque vaya a tener algo malo sino que no quiero mirar para
atrás. Lo hecho, hecho.
Ahora tengo materiales,
borradores de otros trabajos míos y de los alumnos».
N.M.
¿Cómo ve la actualidad literaria?
N.B.
«Hay un descuido por la buena literatura. Ahora se trata de publicar mucho, de
hacer dinero, lo cual es una ilusión, no la realidad. No es la filosofía que
tenían “los grandes”. Dedicar la vida a escribir sin pensar en los resultados.
A mí, personalmente, me
da la sensación de que aspectos que tienen que ver con el manejo de las
editoriales, del marketing, del negocio del libro, vienen perjudicando
terriblemente la literatura.
Ahora se publica
cualquier cosa. Nunca entendí la política de las editoriales. Cada vez veo más
gente que escribe por la vanidad de que lo publiquen o por estar un minuto en
T.V. o algo por el estilo. La veo en una especie de decadencia. No estamos en
el mejor momento en Latinoamérica.
Ha cambiado mucho el
mercado editorial. Y a eso se le suma la figura del distribuidor, que son
necesarios, porque son los que salen a vender a todas las librerías. Tienen el
poder de entregar, o no, nuevos libros y se llevan una parte importante. En
Argentina cobran el 60%».
Estaba encantada en
esta conversación tan interesante, en la que me sentía aprendiendo mucho, pero
consideré oportuno despedirme. El percibió mi actitud y tomó la novela que yo
escribí y que me había servido de puerta de entrada al presentarme.
Le conté lo que había
hecho para escribirla y para editarla. Aunque sentí un poco de recato al
regalársela, por esa inseguridad que se siente al mostrar un trabajo, sobre
todo a un escritor de la talla de Napoleón Baccino, me halagó su comentario:
«Me parece muy interesante saber cómo una persona, que no es uruguaya, ve todo
este proceso que vivimos. La voy a leer con mucho entusiasmo y te escribiré mi
comentario. Inicialmente te digo que se necesita valentía para hacerlo y eso ya
es un gran principio. ¡Qué buen título! El ayer que permanece».
Se levantó de la silla
y se retiró un momento, al llegar, me entregó un ejemplar de su novela. La
recibí con gran emoción. Hubiera querido manifestarle mi agradecimiento con una
expresión diferente a «gracias», pero en esos momentos, uno se queda sin
palabras.
Le pedí un último
favor: «¿Me permite tomar una foto?». Con una sonrisa amable y una expresión de
complicidad, accedió. Como estábamos solos en la sala, durante el momento en
que él salió preparé el ángulo en el que debía colocar la cámara para que se
disparara de forma automática.
Salí emocionada de su
casa, con el libro entre mis brazos, como quien lleva el diploma de graduación
o un gran trofeo. Tomé varias fotos del exterior de la casa y de la calle y así
recordar esta visita tan especial.
Esa tarde la
temperatura debía estar en unos 38°C y yo tenía que caminar hasta llegar al
centro comercial Portones de Carrasco en donde hay una parada del ómnibus que
me llevaría a mi casa. No alcancé a llegar, decidí entrar a una confitería que
encontré por el camino. Pedí una Coca Cola helada, y mientras me refrescaba un
poco del calor que sentí en las cuadras que caminé, escribí todo lo que
recordaba de mi encuentro con Napoleón Baccino Ponce de León, en unas hojas que
me regaló la administradora del lugar.
Todavía sentía cerca la
imagen del maestro y su voz. Es un gusto muy grande haber conocido a una
persona tan generosa con sus conocimientos, con tanta serenidad al exponer sus
ideas, su experiencia y para orientar a una persona que, como yo, aspira a
seguir por el camino de la literatura hasta el final de mi existencia.
Norha Stella Mendieta
V.
Medellín, 15 de mayo
2012
Nohra: Precioso blog. Y tu forma de escribir... muy suave, refrescante Felicitaciones. Al fin el señor Napoleòn Baccino te enviò algùn comentario?
ResponderBorrarMe gusto mucho leer la entrevista que inteligentemente le hiciste.
Por què la poesia inicial? aparte de ser muy bella hay otro motivo?
Norha: Me encanta tu blog tanto por el diseño como por el contenido. Tu siempre sacando adelante lo que te propones. Te felicito.
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