Anoche asistí a una comida que
organizaron las estudiantes del grado once, de uno de los colegios de la
ciudad, con el fin de agradecer a sus padres el esfuerzo que hicieron para
llevarlas hasta el punto final de su período escolar. Me sentí muy complacida
al recibir la invitación, disfruté del evento y me llené de orgullo al ver a mi
sobrina feliz, rodeada de su familia y de sus compañeras con quienes ha
compartido tantos momentos lindos de infancia y juventud.
«Las palabras nunca
alcanzan cuando lo que hay que decir desborda el alma» escribió alguna vez
Julio Cortázar y, realmente, no existen palabras que describan la alegría de
ochenta niñas, en edades entre diecisiete y diecinueve años, cantando todas las
canciones que presentaron los grupos musicales contratados por sus padres. Esa
manifestación desbordante contagia y genera muchos sentimientos positivos.
Creo que todos los
adultos presentes nos recreamos al mirar tanta belleza junta porque la juventud
es encantadora, independiente de los rasgos físicos. Cada jovencita se preparó
con gusto y elegancia para asistir a esta reunión planeada con anticipación.
Quisieron rendir un
homenaje a sus padres con un video en el que mostraban dos o tres fotos por
familia. En él aparecía una foto de su niñez, otra del día de su primera
comunión y otra de su fiesta de quince años; todas ellas acompañadas por padres
y hermanos. Algunas mostraron un paseo o una fiesta familiar importante.
Durante la muestra se oían las expresiones de alegría al compartir, con las
compañeras, ese momento tan particular y de tanta fraternidad.
Me llamó la atención
ver algunas fotos en donde se veía el grupo tradicional: papá, mamá y hermanitos,
en los primeros años, y luego pasaba a ser solo mamá e hijos. El padre falleció
o se fue; ya no figuraba. Otra familia conformada siempre por la niña con su
mamá, y otras de hermanas solas, sin sus padres.
Tuve entonces cierta
sensación de tristeza y pensé en el drama familiar que existe detrás de cada
una de esas lindas jovencitas que, esa noche, resplandecían con un maquillaje
vistoso que realzaba sus facciones, con la minifalda que permitía lucir un
cuerpo escultural y unas piernas armoniosas y, con esos zapatos de tacón altísimo
que a mí me produce envidia el no poder usarlos.
Estaba en ese
pensamiento cuando vi, en una mesa, una de estas niñas que trataba de disimular
unas lágrimas que le salieron sin permiso. Me enteré que sus padres están separados;
ella vive con el padre, con la nueva compañera de él y con su hermanita. Esa
noche el padre no asistió, estaba solo la madre.
Al contemplarla se
mezclaron en mí una serie de emociones y pensamientos contradictorios. Pensé en
la realidad actual de las familias. Ya no son, como dice el Instituto
Colombiano de Bienestar Familiar, familias nucleares: papá, mamá e hijos; ahora
son familias extensas en las que están incluidos los tíos, los abuelos y los
primos y, con frecuencia, familias monoparentales. El papá ya no está, pero se
extraña.
Pienso que cada persona
tiene todo el derecho a decidir su vida, a desarrollar sus proyectos, a
modificar sus decisiones. Tanto hombres como mujeres debemos buscar el futuro
que nos interese y la alegría que nos proporcionan nuestras propias realizaciones;
no obstante, cuando se toma la decisión de tener un hijo, esas prioridades
cambian. Desafortunadamente, pocas veces, al engendrar un hijo se tiene la
conciencia de lo que ese nuevo ser va a necesitar de nosotros.
No quiero hablar mal de
los hombres porque también existen mujeres que se apartan de sus hijos y los
dejan en manos del padre y, muchos de ellos, son buenos padres, pero lo que estamos
más acostumbrados a ver es a hombres que abandonan el hogar y, más de una vez,
se olvidan de sus obligaciones económicas y de las más importantes: las
afectivas.
En ese contexto vemos
que la mujer tiene que salir adelante. Sacar a relucir todas sus habilidades para
trabajar y cumplir con las necesidades de sus hijos. Esa gran responsabilidad
las aleja físicamente de ellos porque debe cumplir con los horarios laborales.
Los niños quedan al cuidado de una empleada, de la abuela o solos. Ella puede
buscar, con todo derecho, momentos de esparcimiento y, por qué no, encontrar
otra pareja; ahí se presenta, algunas veces, un delicado conflicto en los
niños: la relación con ese nuevo compañero de la madre. En otros casos las
familias siguen reunidas, aparentemente, pero es la mujer la que sostiene esa
apariencia. Él vive cómodo y exige atención. ¡Además!
La llamada liberación
femenina nos ha traído beneficios, pero también inconvenientes que sumados a la
situación económica de nuestro país, han repercutido en la organización
familiar. Ya las madres deben salir a trabajar y aportar económicamente porque
el salario de una sola persona no alcanza para cubrir todos los gastos de una
familia y si tanto la mujer como el hombre deben desarrollar sus propios intereses
¿Qué pasa con los niños?
Cada familia vive su
drama. Algunas ya superaron una separación porque los seres humanos tenemos esa
capacidad y, me alegro por ellos, aprendieron la lección y reencontraron en su
pareja y en sus hijos la razón de su existencia y la fortuna de envejecer en
compañía.
Esa noche, mi ubicación
en la reunión me permitió observar y pensar; los demás estaban envueltos en la
alegría que derrochaban las jovencitas porque, afortunadamente, la juventud proporciona
hasta eso, la posibilidad de dejar a un lado las dificultades y reír, cantar y
celebrar el momento con compañeras con quienes, durante catorce años, han estudiado
en el mismo colegio. Algunas ya parecen hermanas de tantas situaciones vividas
entre ellas. ¡Qué época inolvidable están pasando estas ochenta niñas y tantos
otros jóvenes que terminan, este año, su bachillerato!
¡Y lo que sigue! La
mayoría de ellas van a entrar a la universidad. Seguirán la carrera que, sin
muchos elementos, decidieron. Uno espera que encuentren, en su profesión, la
realización profesional y puedan, cuando terminen, desarrollar los
conocimientos obtenidos, sentirse orgullosas de ellas mismas y formar, con el
tiempo, una familia, tener un gran compañero y unos hijos que multipliquen sus
satisfacciones.
Es lo que uno desea
para todas, pero sabemos que no siempre es posible. Algunas cambiarán de
carrera; otras encontrarán, demasiado pronto, una pareja que les variará el
rumbo de su vida y con quien, tal vez, repetirán su historia familiar.
Se necesita una fuerza
interior importante. Nacer con unas características genéticas que permitan
tener el impulso para proyectar su vida y aprovechar las oportunidades que se
les presente. No podemos disculpar nuestros fracasos en las circunstancias que
la vida nos proporcionó. La vida es de cada uno y de cada uno depende salir
adelante. La familia es un vínculo importante, pero yo soy la única responsable
de mi misma y de mi progreso. La familia, el colegio y los amigos ayudan, en
parte, a esas realizaciones, pero la disciplina, la constancia y la fuerza de
voluntad son las condiciones más importantes para lograr mis propósitos y mis
sueños.
Deseo que los
bachilleres de este año tengan la capacidad de encontrar la felicidad en todas
sus actuaciones y aprender de los errores que los adultos, que los rodeamos,
cometemos.
Buenas tarde doña Norha, de parte de la librería de Otraparte queremos comunicarnos con usted. Le agradeceríamos que nos pueda facilitar un contacto a la dirección libreria@otraparte.org.
ResponderBorrarSu respuesta obliga a mi sincera gratitud.
Daniel:
ResponderBorrarMañana miércoles 8 de enero paso por la librería. Muchas gracias por su comunicación.