Aeroparque Juan Pablo II. Medellín-Colombia |
El despertador no suena, no hace falta;
mi reloj biológico funciona y me despierta a la hora que necesito. Las primeras
preguntas que vienen a mi mente son: ¿Qué día es hoy?, ¿qué tengo que hacer? Y,
aún sin abrir los ojos, me respondo. Si es un día de semana, me espera la
alegría de una caminata matutina. Dejar la cama nunca ha sido fácil para mí,
pero prefiero no darme esos «otros cinco minuticos» porque ese último sueño
hará que se interrumpa mi ejercicio.
Con un cierto pesar,
como dejando algo que se quiere, me separo de la cama. Una ducha fría me acaba
de despertar y me pone a tono para salir. Un vaso de jugo de naranja y a
caminar.
El encuentro diario con
los mismos caminantes y el sonriente saludo completan la amabilidad del
paisaje. Es una fortuna disfrutar de una parte del Aeroparque Juan Pablo II.
Los ciclistas recorren la pista especial para ellos y los caminantes tenemos un
sendero peatonal rodeado de pasto verde bien cuidado y una gran variedad de
árboles, muchos de ellos con frutas que no me atrevo a comer porque no las
conozco. Los pájaros cantan y se alimentan con los productos que el mismo
parque les proporciona y con las migas de pan y de maíz que algunos paseantes
traen para ellos. Es una oportunidad para aislarse un poco del ruido de la
ciudad aun dentro de ella.
Al salir de esta zona
del parque es inevitable el encuentro con la señora María, quien desde hace
muchos años nos proporciona jugos y frutas; y a quien ciclistas y caminantes
saludamos con afecto mientras establecemos una pequeña conversación con ella.
Volver a la casa,
saborear un delicioso desayuno y salir nuevamente para otro gran especio de la
ciudad: el Parque Biblioteca Belén.
Parque Biblioteca de Belén Medellín-Colombia |
La biblioteca por dentro |
Hace unos años, un
domingo de 2008, salí a caminar por los alrededores de la avenida 80. De
pronto, observé un espacio que no había visto antes porque estaba cubierto por
los plásticos que indicaban una construcción. Al despejarlo quedó un parque
verde amplio con algunas sillas de hierro y madera para el descanso de los
transeúntes.
Decidí ingresar por uno de sus pasajes y cuál
fue mi admiración al encontrarme con una serie de edificaciones pequeñas,
unidas por un amplio corredor, que rodean el gran espejo de agua en la
superficie central. Inmediatamente, percibí un cierto rasgo de la arquitectura
oriental en su construcción, sinónimo de paz y tranquilidad que contrastaba con
la energía negativa del lugar cuando fue una estación de policía. Al continuar
mi descubrimiento y mi sorpresa, encontré que este lugar también tiene otra
plaza amplia, llamada la Plaza de la Gente que permite el encuentro y el
descanso de quienes pasamos por el lugar y, conecta con otra avenida, la 76.
Luego de algunas averiguaciones
supe que allí podía venir todos los días porque existen varias salas, una de
ellas, la biblioteca principal con anaqueles dispuestos para ubicar los libros
que nos prestan a los usuarios; y mesas cómodas para sentarnos a leer.
Desde el día siguiente
fue y ha sido mi lugar de trabajo. Allí me concentro diariamente en mi
actividad de leer y escribir. Desde las nueve de la mañana hasta la una de la
tarde, me aíslo de distracciones al ubicarme en una de sus mesas para realizar
la actividad que más me gusta: escribir.
Los dos primeros años
pedía prestado, por una hora, uno de los equipos de la sala de cómputo. Allí
hacía alguna averiguación momentánea, pero luego, cuando instalaron Wi-Fi, pude
traer mi computador para buscar los datos necesarios para el tema que estuviera
escribiendo, en el momento que los necesitara.
Alrededor de las once
de la mañana me gusta hacer una pausa en mi jornada. Sé que es bueno descansar
la vista por eso, salgo a tomar un delicioso café mientras admiro el paisaje
que me brinda este tranquilo lugar; a disfrutar del vientecito fresco de esa
hora y del sol acariciador de la mañana. No me canso de observar el cielo azul
con algunas nubes blancas, las montañas que se ven a los lejos y que se mezclan
con la visión de las tejas planas color café oscuro sobre los techos de madera
de corredores y edificaciones correspondientes a las diferentes salas de la
biblioteca.
Poco a poco fui
descubriendo la utilidad de los espacios. La sala Mi barrio, la Sala de Exposiciones,
la Sala Japonesa, el teatro con capacidad para unas trescientas personas, la
guardería para los niños del barrio… En todas se realizan actividades, siempre
pensando en la capacitación y el desarrollo de niños y adultos. Con frecuencia
vemos los corredores ocupados por diferentes exposiciones artesanales y
gastronómicas que alteran un poco el silencio del lugar, pero que alegran el
ambiente y les da oportunidad de vender sus productos a personas que han
recibido capacitación en los diferentes cursos que ofrece la biblioteca.
La iluminación nocturna
le da una apariencia diferente al lugar. Las exposiciones artísticas, los
conciertos y las películas que proyectan semanalmente atraen a diferente
público que siempre admira el cambio radical que ha tenido este sector.
Y finalmente está la
escuela de música. Un espacio, tan importante como los demás, que ha
proporcionado el desarrollo del talento a muchos de los jóvenes de la ciudad.
Asistir a un concierto de la orquesta juvenil y observar la destreza y el gusto
con el que estos muchachos interpretan obras de diferentes géneros musicales,
hacen que uno admire mucho más la idea de crear este tipo de espacios
culturales necesarios en una ciudad tan desarrollada, tan innovadora y tan
linda como es Medellín. Es una fortuna el haber encontrado este lugar y
compartir sus beneficios con muchas personas que, por diferentes intereses, lo
visitan.
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