miércoles, 2 de abril de 2014

Disfrutar de los espacios recreativos y culturales de Belén

Aeroparque Juan Pablo II.
Medellín-Colombia

El despertador no suena, no hace falta; mi reloj biológico funciona y me despierta a la hora que necesito. Las primeras preguntas que vienen a mi mente son: ¿Qué día es hoy?, ¿qué tengo que hacer? Y, aún sin abrir los ojos, me respondo. Si es un día de semana, me espera la alegría de una caminata matutina. Dejar la cama nunca ha sido fácil para mí, pero prefiero no darme esos «otros cinco minuticos» porque ese último sueño hará que se interrumpa mi ejercicio.
Con un cierto pesar, como dejando algo que se quiere, me separo de la cama. Una ducha fría me acaba de despertar y me pone a tono para salir. Un vaso de jugo de naranja y a caminar.
El encuentro diario con los mismos caminantes y el sonriente saludo completan la amabilidad del paisaje. Es una fortuna disfrutar de una parte del Aeroparque Juan Pablo II. Los ciclistas recorren la pista especial para ellos y los caminantes tenemos un sendero peatonal rodeado de pasto verde bien cuidado y una gran variedad de árboles, muchos de ellos con frutas que no me atrevo a comer porque no las conozco. Los pájaros cantan y se alimentan con los productos que el mismo parque les proporciona y con las migas de pan y de maíz que algunos paseantes traen para ellos. Es una oportunidad para aislarse un poco del ruido de la ciudad aun dentro de ella.
Al salir de esta zona del parque es inevitable el encuentro con la señora María, quien desde hace muchos años nos proporciona jugos y frutas; y a quien ciclistas y caminantes saludamos con afecto mientras establecemos una pequeña conversación con ella.
Volver a la casa, saborear un delicioso desayuno y salir nuevamente para otro gran especio de la ciudad: el Parque Biblioteca Belén.
Parque Biblioteca de Belén
Medellín-Colombia
La biblioteca por dentro












Hace unos años, un domingo de 2008, salí a caminar por los alrededores de la avenida 80. De pronto, observé un espacio que no había visto antes porque estaba cubierto por los plásticos que indicaban una construcción. Al despejarlo quedó un parque verde amplio con algunas sillas de hierro y madera para el descanso de los transeúntes.
 Decidí ingresar por uno de sus pasajes y cuál fue mi admiración al encontrarme con una serie de edificaciones pequeñas, unidas por un amplio corredor, que rodean el gran espejo de agua en la superficie central. Inmediatamente, percibí un cierto rasgo de la arquitectura oriental en su construcción, sinónimo de paz y tranquilidad que contrastaba con la energía negativa del lugar cuando fue una estación de policía. Al continuar mi descubrimiento y mi sorpresa, encontré que este lugar también tiene otra plaza amplia, llamada la Plaza de la Gente que permite el encuentro y el descanso de quienes pasamos por el lugar y, conecta con otra avenida, la 76.
Luego de algunas averiguaciones supe que allí podía venir todos los días porque existen varias salas, una de ellas, la biblioteca principal con anaqueles dispuestos para ubicar los libros que nos prestan a los usuarios; y mesas cómodas para sentarnos a leer.
Desde el día siguiente fue y ha sido mi lugar de trabajo. Allí me concentro diariamente en mi actividad de leer y escribir. Desde las nueve de la mañana hasta la una de la tarde, me aíslo de distracciones al ubicarme en una de sus mesas para realizar la actividad que más me gusta: escribir.
Los dos primeros años pedía prestado, por una hora, uno de los equipos de la sala de cómputo. Allí hacía alguna averiguación momentánea, pero luego, cuando instalaron Wi-Fi, pude traer mi computador para buscar los datos necesarios para el tema que estuviera escribiendo, en el momento que los necesitara.
Alrededor de las once de la mañana me gusta hacer una pausa en mi jornada. Sé que es bueno descansar la vista por eso, salgo a tomar un delicioso café mientras admiro el paisaje que me brinda este tranquilo lugar; a disfrutar del vientecito fresco de esa hora y del sol acariciador de la mañana. No me canso de observar el cielo azul con algunas nubes blancas, las montañas que se ven a los lejos y que se mezclan con la visión de las tejas planas color café oscuro sobre los techos de madera de corredores y edificaciones correspondientes a las diferentes salas de la biblioteca.
Poco a poco fui descubriendo la utilidad de los espacios. La sala Mi barrio, la Sala de Exposiciones, la Sala Japonesa, el teatro con capacidad para unas trescientas personas, la guardería para los niños del barrio… En todas se realizan actividades, siempre pensando en la capacitación y el desarrollo de niños y adultos. Con frecuencia vemos los corredores ocupados por diferentes exposiciones artesanales y gastronómicas que alteran un poco el silencio del lugar, pero que alegran el ambiente y les da oportunidad de vender sus productos a personas que han recibido capacitación en los diferentes cursos que ofrece la biblioteca.
La iluminación nocturna le da una apariencia diferente al lugar. Las exposiciones artísticas, los conciertos y las películas que proyectan semanalmente atraen a diferente público que siempre admira el cambio radical que ha tenido este sector.

Y finalmente está la escuela de música. Un espacio, tan importante como los demás, que ha proporcionado el desarrollo del talento a muchos de los jóvenes de la ciudad. Asistir a un concierto de la orquesta juvenil y observar la destreza y el gusto con el que estos muchachos interpretan obras de diferentes géneros musicales, hacen que uno admire mucho más la idea de crear este tipo de espacios culturales necesarios en una ciudad tan desarrollada, tan innovadora y tan linda como es Medellín. Es una fortuna el haber encontrado este lugar y compartir sus beneficios con muchas personas que, por diferentes intereses, lo visitan.









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