![]() |
Reseña publicada en la 49° edición de la
Revista Cronopio.
Abril 2014
|
El hombre que amaba a los perros
Leonardo Padura Fuentes (2009)
Maxi Tusquets Editores
765 páginas
La historia, analizada por politólogos,
sociólogos, historiadores, filósofos y hasta teólogos, no duda en afirmar que
el siglo xx ha sido el centenario
con más violencia política reflejada en los monstruosos conflictos
internacionales como la Primera y Segunda Guerra Mundial, la invasión
norteamericana a Vietnam, las guerras civiles y los conflictos étnicos y
religiosos.
Esas guerras fueron
crueles y destructivas hasta la saciedad. La maldad humana, sedienta de poder y
de conquista de territorios, no tuvo respeto por los valores humanos ni
misericordia con los enemigos. Las potencias mundiales, además de innovar sus
armas, crearon otras de destrucción masiva como las bombas atómicas, las de
hidrógeno, los gases y armas químicas que acabaron con pueblos y con millones
de seres humanos.
Los líderes de esas
batallas, al desarrollar su personalidad patológica, generaron destrucción,
terror y muerte. Todos quisieron ser los dueños absolutos del poder y cuando
surgió un posible competidor fue acusado, inmediatamente, de traidor y, por lo
tanto, merecedor de la pena de muerte. Hablamos de genocidas como Stalin,
Hitler, Mao Tse Tung, Pol Pot, Pinochet, Mussolini, Videla, Franco…
Entre los millones de
muertos que dejaron esas tiranías hay asesinatos planificados con anticipación
y realizados sin piedad. Recordemos el de Aldo Moro, el de Gandhi, el de John F.
Kennedy, el de Luther King, el de Federico García Lorca y en Colombia el de
Jorge Eliécer Gaitán, el de Luis Carlos Galán…, pero la lista es interminable.
La lectura de la novela El hombre que amaba a los perros nos
lleva a revivir la experiencia histórica, intensa y duradera que nos dejó la
ideología de izquierda desarrollada en la Unión Soviética, en la Guerra Civil
Española y en la Segunda Guerra Mundial.
Stalin, político ambicioso,
movido por sus ansias de poder y no por ideales revolucionarios, logró, con la
simpatía de Lenín, el cargo de secretario general del partido comunista. A la
prematura muerte de Lenín se declaró su sucesor, cargo que le correspondía a
Trotsky.
Lev Davídovich
Bronstein, más conocido como León Trotsky, político y revolucionario ruso, de
origen judío, se enfrentó política e ideológicamente a Stalin. Lideró la
oposición de izquierda lo cual lo llevó al exilio y a su posterior asesinato.
Es sorprendente la
capacidad que tiene Leonardo Padura para conseguir que el lector, conocedor de la
forma en que Trotsky fue asesinado, se emocione tanto con la lectura de esta
novela y no pierda, en ningún momento, el interés por conocer los detalles.
En setecientas sesenta
y cinco páginas, el autor nos cuenta, en forma simultánea y perfectamente
construida e intercalada, la historia de tres personajes. Pensaríamos que la de
León Trotsky sería la principal, pero la narración está tan bien lograda que
cada una de ellas nos genera sentimientos especiales, diferentes, fuertes.
El odio de Stalin
persigue a Liev Davídovich a través de todos los lugares testigos de su exilio.
Inicialmente es deportado a Kasajistán, luego Turquía le daría asilo y así,
durante cuatro años vivió, con su familia, en la isla de Prínkipo, enclavada en
el Mar de Mármara, a unos treinta kilómetros de la ciudad de Estambul. Luego
viajó a Francia y a Noruega para, finalmente, conseguir el asilo político en
México en el año 1937. Allí, Diego Rivera y Frida Kahlo lo acogieron en su casa
de Coyoacán. En esos once años de destierro Trotsky tuvo que sufrir la
desaparición y muerte de todos sus hijos y la tortura y ejecución de casi todos
sus amigos y sus familias, con quienes había luchado contra el sistema
estalinista.
Me impactó la cercanía
con la realidad que tiene el escritor al narrar los detalles de la persecución
a la que fue sometido Trotsky y la exhaustiva preparación de su asesino. Este
seguimiento nos confirma la minuciosa documentación que realizó el autor para contarnos
una historia; para encuadrar, acertadamente, algunos elementos de ficción
necesarios en la reconstrucción de aquellos incidentes que se han mantenido en
secreto; y para sostenernos, todo el tiempo, interesados.
Un segundo personaje de
la novela es el asesino: el catalán Ramón Mercader. Un militar hispanosoviético
hijo de una familia pudiente; un hombre duro, de convicciones profundas. Su
padre era un industrial catalán y la madre, nacida en Cuba (cuando Cuba era una
colonia de España) era una mujer posesiva, vengativa y cargada de odio. Ramón
asistió a colegios elitistas en donde recibió una educación conservadora.
Caridad del Río, la
madre, nunca encajó en el ambiente burgués y en 1929 empezó a frecuentar grupos
comunistas y anarquistas. Dos años después se separó de su esposo y se fue, con
sus hijos, a Francia. Allí empezó la relación de Ramón con el comunismo
soviético. Al iniciarse la Guerra Civil Española, Ramón se vinculó al Ejército
Republicano y en 1937 viajó a la Unión Soviética.
Recomendado por su
madre, para realizar la Operación Pato, fue entrenado en Moscú y convertido en gentleman, políglota (hablaba
perfectamente español, catalán, francés, inglés y ruso) y obediente soldado
revolucionario ruso.
Con la nueva
personalidad llegó a París y enamoró a Sylvia Ageloff, judía, norteamericana de
origen ruso, secretaria esporádica de Trotsky. Con ella viajó a Estados Unidos,
luego a México y, de manera astuta, manipuladora y con un excelente manejo de
la farsa del amor, consiguió la entrada a la casa donde vivía Trotsky.
Aparentando un desinterés total consiguió que tanto la esposa de Trotsky,
Natalia Sedova, como el cuerpo de vigilancia le permitieran la entrada sin
ninguna restricción.
Las diez páginas de la
novela en las cuales Leonardo Padura relata la visita de Ramón Mercader a León
Trotsky en donde tiene la posibilidad de asesinarlo, pero prefiere acatar la
orden de su jefe y llevarlo a cabo tres días después, contienen tanta tensión
que es imposible no sentirse contagiado de la angustia del asesino.
[…]
En ese instante Ramón Mercader sintió que su víctima le había dado la orden.
Levantó
el
brazo derecho, lo llevó hasta más atrás de su cabeza, apretó con fuerza el
mango recortado
y
cerró los ojos. No pudo ver, en el último momento, que el condenado, con las
cuartillas
tachadas
en la mano, volvía la cabeza y tenía el tiempo justo de descubrir a Jacques Mornard
mientras
éste bajaba con todas sus fuerzas un piolet que buscaba el centro de su cráneo.
El
grito de espanto y dolor removió los cimientos de la fortaleza inútil de la
avenida Viena.
(Padura,
2009, p. 644).
El tercer personaje
importante de la novela, el narrador, es el cubano Iván Cárdenas. Un escritor
frustrado, profundo creyente de la revolución, que acostumbra a pasear por la
playa para distraer su sentimiento de fracaso. En una de esas caminatas se
encuentra con un hombre que pasea dos hermosos perros Borzoi. Por su oficio de
veterinario se siente atraído por ellos e inicia conversación con el dueño. En
los encuentros posteriores, el propietario de los perros, Ramón Mercader,
descubre el interés literario de Iván y, a través de varias citas, le cuenta su
historia, pero relatada en tercera persona. Poco a poco Iván descubre la
verdadera identidad del dueño de los perros y a pesar de tener una excelente
historia en sus manos prefiere ocultarla por el miedo que le produce escribir
sin libertad. El encuentro con el asesino de Trotsky no hizo sino avivar sus
dudas, desilusiones y rabias mientras cuenta cómo fue la vida en la Cuba de los
90 en donde personas como él se sintieron engañadas y utilizadas frente a una utopía
que no existía.
El
hombre que amaba a los perros es esencialmente una
novela porque habla de los sentimientos de los personajes, de sus deseos, de
sus frustraciones y entra en los conflictos individuales de cada uno. Ramón
Mercader que llega al asesinato por mantener una creencia; Trotsky que decide
seguir fiel a una ideología e Iván porque le cae encima el peso de una
historia.
La novela es
conmovedora y es imposible terminarla y no quedar, por un buen tiempo, con su
recuerdo y con una gran necesidad de reflexionar acerca de la desilusión de
cada personaje al descubrir tantas mentiras a las que estuvieron sometidos y a
su cuestionamiento de si valió la pena lo vivido.
Me animaste, lo voy a leer
ResponderBorrar